miércoles

Sexualidad y Discapacidad

Antes de perder la vista era muy común que de cuando en cuando, alguna amiga o novia de un amigo, me llamara para preguntarme si tenía algún plan para el fin de semana. Minutos más tarde me confesaba que en realidad tenía una prima o vecina soltera para presentarme.
Esta forma de relacionarnos siempre me pareció divertida, y era por esa razón que, a no ser por un compromiso previo, aceptaba gustoso. Fue así que con diversa suerte, durante años salí, conocí y me relacioné con varias chicas de las cuales (a excepción de un par de ellas) guardo una gran cantidad de hermosos recuerdos. Por lo general estas relaciones no pasaban a convertirse en un compromiso serio, y todas estas citas no fueron más que un par de salidas a bailar o cenar, y en algún que otro caso, un noviazgo de pocos meses.
Hasta aquí nada distinto a lo que le podía acontecer a cualquier otro muchacho al que cada tanto le presentaban una prima soltera. Los lugares comunes, las frases de siempre, tratar de descubrir un gesto o una señal que nos indicara si le gustábamos a la chica que nos acababan de presentar, etc. Luego, al final de la velada, comprobar si la suerte estaba de nuestro lado. En resumen, nada diferente a las miles de otras historias en donde dos jóvenes intentan relacionarse y pasarla bien.
Pero un día las cosas cambiaron. Sucedió que quedé ciego, estuve al borde de la muerte y dado la gravedad del caso, hoy me siento muy afortunado de seguir vivo. Tardé algún tiempo, pero luego de capacitarme y adaptarme a mi nueva condición, pude volver a insertarme en las actividades productivas de la sociedad. Sin embargo, al poco tiempo de sentirme otra vez fuerte y con el ánimo y las ganas suficientes como para volver a relacionarme con otras personas, pude comprobar que ya no me telefoneaban para presentarme a nadie. Era muy llamativo que, a pesar de seguir frecuentando el mismo grupo de personas, no volvían a tenerme en cuenta para salir con ninguna prima o amiga soltera. Lo más triste era cuando comprobaba que sí lo hacían con otro amigo del grupo al cual le seguían presentando toda chica casamentera que pasara cerca de allí.
Al principio estaba indignado. Me preguntaba qué tendría que ver mi ceguera con la imposibilidad de que me presentaran a una amiga. Mi aspecto exterior no había cambiado en lo más mínimo, e interiormente, el duro golpe que me había dado la vida, no había hecho otra cosa que mejorarme como ser humano.
La imperturbable actitud de mis amigos no me dejó otra posibilidad más que la de intentar relacionarme con una chica por mis propios medios. Al poco tiempo comprobé no sólo que había más de una mujer dispuesta a conocer a una persona con algún tipo de discapacidad a cuestas, sino que además todas ellas eran de una calidad humana excepcional.
Pero volvamos por un instante al grupo de amigos, y tratemos de ponernos en su lugar. Yo me imagino a una de las chicas del grupo manteniendo la siguiente conversación con una amiga de la infancia...
“¿Qué te parece si este Sábado salimos a tomar algo? Le puedo decir a Martín que invite a su mejor amigo, y salimos los cuatro juntos. Te gustaría?”.
Ante la afirmación de la chica, mi amiga continuaría diciendo...
“El es un chico muy simpático y fundamentalmente buena persona”.
Pero en algún momento de la conversación agregaría...
“El único inconveniente es que es ciego”.
Yo me pregunto cuántas chicas estarían dispuestas a aceptar la invitación luego de enterarse de ese detalle. Seguramente algunas sí lo harían, aunque sospecho que la mayoría no. Pero siguiendo con las especulaciones, yo intenté ponerme en la situación de esa chica y me pregunté qué actitud asumiría en su lugar, y tuve que reconocer que no aceptaría. Sí así como lo leen. Yo jamás aceptaría una cita a ciegas con una persona discapacitada (¿en mi caso sería una verdadera cita a ciegas!) sin un conocimiento previo.
El simple ejercicio de ponerme en el lugar de esa convidada, me sirvió para entender a mis amigos. Comprendí que lo único que había dejado de existir en mi vida había sido sólo un método para conocer gente, y no la posibilidad de relacionarse con nuevas personas. Este juego mental sirvió para conocerme aún más a mí mismo y fundamentalmente para poder mantener vivo el afecto al grupo de entrañables amigos, al cual ahora le he agregado una nueva integrante ya que desde hace varios meses se ha sumado al mismo, la chica que he conocido en el curso de computación de la universidad.



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