Discapacidad y trabajo en Argentina
Este fin de semana tuve la oportunidad de reunirme con un entrañable amigo. En su casa conocí a una persona que al igual que yo había sido convidada a la reunión. Este invitado sufre de una discapacidad motora que le impide desplazarse con facilidad, y durante toda la velada, no hizo otra cosa más que lamentarse de su situación personal y de la imposibilidad de encontrar en la ciudad un trabajo digno.
Luego de escucharlo atentamente, le realicé algunas preguntas. Sólo un par de ellas bastaron para comprobar que el caballero posee una pensión graciable de unos pocos y miserables pesos que le evitan caer en la indigencia, y que la clase de trabajo que anhela tiene más que ver con la beneficencia que con el deseo de progresar.
Más tarde cuando ya había regresado a mi casa, recordé una historia que bien podría definir la actitud de la persona que había conocido unas horas atrás.
Poco tiempo antes, un taxista me contó una historia que había escuchado en su iglesia. Se trataba de un maestro y su discípulo que durante una peregrinación por un lugar inhóspito, fueron sorprendidos por una fuerte tormenta. En medio de la soledad encontraron una perdida cabaña al borde de un acantilado, y no dudaron en pedirle asilo a sus moradores. En ella vivía un matrimonio con su hijo, y a pesar de su pobreza compartieron con sus huéspedes el poco alimento que tenían. Durante la cena, el dueño de casa le contó al maestro que lo único que poseía era una vaca de la cual obtenía la leche y la manteca, y que con eso solo se las arreglaban para sobrevivir. El hombre estaba convencido de que mientras tuviera al animal nada les iba a faltar.
Durante la noche, y mientras todos dormían, el maestro despertó a su discípulo y lo obligó a que lo ayudara a empujar a la vaca al acantilado cercano. A la mañana siguiente los dos peregrinos siguieron su camino, y a pesar de que el discípulo estaba muy confundido, no se atrevió a preguntar a su maestro la causa por la cual habían destruido la única fuente de supervivencia de esa pobre familia.
Años más tarde el destino quiso que nuevamente, el maestro y su discípulo, volvieran a la misma casa, y para sorpresa del muchacho, en lugar de una humilde vivienda, se hallaba una acogedora morada al costado de varias hectáreas de campo sembrado de trigo. Cuando preguntaron sobre las causas de tanta prosperidad, el hombre contó que una mañana se dio cuenta que la vaca que les daba alimentos se había suicidado, arrojándose al vacío, y él frente a la adversidad, había comenzado a sembrar el campo donde ella pastaba todos los días.
Autor: Equipo de editores de Lázarum.com
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